Asumiendo el ya reconocido manejo espléndido e ingenioso del lenguaje, destacaría: la facilidad de transmitir las fuertes emociones de los allanados sucesos que componen la obra.
Afán por recorrer los momentos que acontecen uno a uno, como si se tratase de un fantasma que merodea, cada hecho un hallazgo, con un excelente descriptor, que compensa la aguda ceguera que la cotidianidad corrosiva provoca. Así, de lo que sucede, escuchar lo que la vista nos oculta.
El amor aparece como lo dijo el escritor: entre más intenso más efímero. Ya casi al final y de una manera audaz, como si fuese ya tarde para esperarlo, irrumpe el romance, con la insolencia propia de la juventud, la timidez de los infantes y la elegancia de los que rebozan de vivencias.
Así se va acelerando el retrato, entre profusas sensaciones, relatos de Garcilaso e historias tangentes.
Con un derroche de adjetivos y suculentos párrafos, se lee presuroso cual devorador, no con un apetito justificado de prosa, pues el texto nunca agota y deja hambriento. Sea el caso de los collares, de Benarda su vida y su pena, la presuntuosa carrera de Delaura, el desdichado Marqués, la inminente desgracia; sin hablar de Abrenuncio, el obispo, las clarisas, Martina, Sagunta y Dulce Olivia.
Las reminiscencias añejas del reino, propios de la era colonial. El paisaje de la Cartagena colonial, descrito magníficamente, aún los otoños del esperado arribo de la flota de Galeones, que pasaba para la feria de Portobelo.
La ridiculización de la iglesia y sus prácticas dogmáticas, visto en las actas del convento, exagerando con fervorosa devoción los actos demoníacos de Sierva María. La sumisión enfermiza que tiene lugar en las distintas relaciones jerárquicas vislumbradas en el texto, provocando desdicha y martirio a más de un personaje. Sea el caso de Delaura convencido de la no posesión demoníaca de Sierva María; el Obispo y su añoranza de otras tierras; Bernarda y su padre el Marqués con su posición social que lo hace víctima de señalamientos; Dulce Olivia y su presunta locura; toda la cantidad de esclavos; Sierva María víctima de las decisiones jerárquicas en su casa, de Bernarda, de su padre, de la Abadesa, del episcopado representado por el Obispo y toda la amarga desgracia eclesiástica que la atañe, beneficiada sólo con el virrey y las remotas simpatías que alcanza con otros personajes.
La extraña personalidad y apariencia de la protagonista, con apariencia Europea y costumbres africanas, rebelde y caprichosa, sufrida y orgullosa; son los matices que sazonan, como cuando exacerba su picardía soltando rienda al deseo común de creerla sobre natura. La moral cristiana enajenante de Delaura, rígido hasta consigo mismo, denotado en la escena de su autoflagelación tortuosa y reproches mortificantes. Con edades muy distantes se da relación entre dos personajes abismales y contrarios, pero que tienen bastante para acercasen. Ese otro complejo y extraño humano les lleva su curiosidad a explotar y enredar con precocidad como goma2.
A pesar de todo, consonancias hay: Políglotas ambos, vírgenes ambos, vidas placidas que desenlazan en vidas de mierda, y hasta el realismo mágico llega para darles sueños comunes.
La indescriptible descripción y narración de los improperios, ofensas y encuentros entre más que dos personas, dos mundos. La impertinencia de ese amor, la atónita sorpresa ante el hecho, del personaje más liberal que posee el relato: Abrenuncio.
El final llano y liso, apacigua la intensa y sofocante zozobra que atribula ante el inminente final de las hojas. ¡Vaya sosiego inquebrantable y tenacidad de finales que da Gabo!.
Palabras que recuerdo: Energúmena, Yoruba, Mandinga, clérigo, abadesa, Vade Retro, besos. Besos acá es algo más que la propia palabra, de esas palabras que dicen mil cosas, de esas.
Tomado del blog: http://interesanteyutil.blogspot.com/2014/02/resena-literaria-del-amor-y-otros.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario